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El proceso electoral ha sido escrupulosamente limpio, como viene ocurriendo desde hace 16 años. Y como también sucede en cada cita con las urnas, la oposición, tanto interna como externa, agitó el proceso con denuncias infundadas, manipulaciones informativas, votos comprados, clientelismo, gritos de fraude, expresidentes que llegan en tropel a Venezuela, no reconocimiento de la victoria por parte de Maduro... Poco se puede hacer ante su enorme poder mediático, por más que, elección tras elección, se demuestre la inconsistencia de sus argumentos. Tal vez habría que pensar que, en efecto, en Venezuela las elecciones no se desarrollan con normalidad. Pero no por culpa del chavismo, sino por una oposición que crispa el ambiente hasta más allá de lo razonable.
El verdadero adversario del chavismo en estas elecciones era la situación económica y no ha podido derrotarla. Con independencia de las causas, lo cierto es que el electorado ha utilizado estos comicios parlamentarios para castigar la gestión del Gobierno de Nicolás Maduro. La escasez y la inflación han pesado más en el ánimo del votante que los evidentes logros alcanzados en estos 16 años o los esfuerzos del Ejecutivo para garantizar los proyectos sociales, a pesar de unos ingresos mermados por la bajada de los precios del petróleo. Extravagancias como la supuesta ausencia de libertades o la naturaleza autoritaria del chavismo son para consumo externo.
…o gana, pero no seduce. Le ha bastado con sentarse a esperar la derrota del chavismo. Su mensaje se ha limitado a señalar aquello que estaba mal y a postularse como el cambio. No ha ofrecido ni alternativas ni un proyecto de país. Tampoco ha desvelado su agenda económica. Se lo impedía la más que probable orientación neoliberal. Le ha valido con el valor del cambio por sí mismo, la mitificación del concepto de cambio. Se puede concluir por tanto que la oposición no ha ganado las elecciones, sino que las ha perdido el chavismo.
Líderes de la oposición ya se han apresurado a decretar el final del chavismo. No se van a conformar con actuar políticamente desde donde el pueblo los ha colocado con su voto, que no es en otro sitio que en la Asamblea Nacional. El temor en Venezuela es hasta dónde van a llegar en su objetivo de derrocar a Nicolás Maduro. En el pasado reciente han demostrado que están dispuestos a todo, ya sea por medios legales, alegales o ilegales. Y tienen prisa por obtener aquello que el electorado les viene negando repetidamente. Se espera un año convulso en el que no es seguro que la oposición circule siempre por los cauces constitucionales. En el fondo, esto supone no reconocer los resultados.
Cuando Pirro, rey de Epiro, contempló a su ejército devastado después de una batalla contra los romanos que, no obstante, había ganado, exclamó: “Otra victoria como ésta y volveré sólo a casa”. Desde entonces, la expresión “victoria pírrica” se utiliza para señalar un triunfo a tan alto coste que probablemente derive en una derrota posterior (y no para designar un triunfo por la mínima, como a veces se emplea de forma errónea). La primera elección a cargos públicos que pierde el chavismo puede servirle como acicate para reconectar con un pueblo que demanda mayor contundencia en las políticas, sobre todo en las económicas. Con la Presidencia en su poder, más las gobernaciones de 20 de los 23 estados y el 75 por ciento de los ayuntamientos, el chavismo mantiene una enorme capacidad de iniciativa política. Tiene, además, una capacidad de resiliencia sorprendente. De cada dificultad –golpes de estado, paros patronales, sabotaje de la industria petrolera- sale fortalecido y siempre por la izquierda.
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